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viernes, 4 de septiembre de 2015

EL ESPEJISMO JUNTO

En un momento todo el fregadero se atascó y también la bañera, la cafetera dejó de funcionar y se cortó la luz.
Me quedé un rato en silencio incapaz de buscar la linterna para dar los plomos, me quedé en silencio un rato y a oscuras.
Estaba cansado del desastre de mi casa, que cada vez iba a peor.
En silencio me sentía cómo si algo en mi naciera nuevo, algo que se edificaba y giraba sin parar dentro de mi.
Salí de casa dejando el desastre que había en ella, pensé en el año en el que estaba viviendo, 2010, no pasaban grandes cosas, el mundo cambia.
Mis pasos en la calle, encontré una moneda. Vivía solo.
Después de deambular por la calle entré en un bar muy sucio, me pusieron una cerveza de tamaño pequeño y me la cobraron cómo grande, vigilaba la espuma mientras pensaba en la crisis que se estaba haciendo vieja, mucha tristeza en aquel lugar, una tristeza grande cómo una torre fabricada por comedores de setas sagradas y animales de carga encarcelados.
Al salir me sentía pequeño y cansado, insignificante ante el gran mundo, imaginaba que me miraban desde un satélite y en el bar de las brasileñas ahora daban botellas de whiskey por 20 euros, para cinco amigos.
Había grafitis muy cutres en la calle, jóvenes en el sacrilegio de escribir que no comían sano, cuerpos profanados por la violencia y la vida que no alcanzaban a mejorarse y que no dejaban de estar lejos del mar.
Sentí algo sólido en mi que no podía explicar, una radical revolución sis cambio ni cárcel ni acuerdo.
Algo en mi no estaba de acuerdo y trataba de ser diplomático con mis sensaciones.
Conocer nuevos lugares de la ciudad, salir por los barrios de la zona Pajarillos y encontrarme con un bar que estaba bien, cerraba tarde. Un bar nocturno de madera y azulejos negros en el suelo. En aquel lugar estuve hasta altas horas de la madrugada, pensando que en mi casa todavía seguía siendo de noche mucho tiempo, bebiendo cerveza irlandesa y de importación y escuchando la música que ahora escuchan los veinteañeros, pero yo ya, cercano a los cuarenta años, no puedo entenderla ni disfrutarla.
Cuando empezó a amanecer me acordé de los bares de la calle Huerta del Rey, de aquella época en la que quería estar en sitios nuevos. Habían pasado veinte años.
Cuando llegué a mi casa el sol entraba por las ventanas y dormí de día unas cuantas horas, al despertar volví a poner la luz en funcionamiento e intenté arreglar el fregadero y la cafetera pero ya no tenían remedio, barrí el suelo y luego fregué y creo que no lo hice bien del todo. Encontré unas monedas pequeeñas sobre el sillón rojo de la cocina americana y me las guardé. Luego me conecté un rato a Internet para ver cómo seguían las primaveras árabes. En Egipto había una revolución.
Tenía un trabajo montando cajas de cartón en un almacén al que acudía por las mañanas, el trabajo era sencillo, las cajas se montaban casi solas pero era muy rutinario. Por ese trabajo me pagaban cerca de 400 euros y era de media jornada tan solo, tenía mucho tiempo para pensar.
Luego salía y esperaba a que me ingresaran el día diez en mi cuenta corriente, era dinero no declarado porque la verdad es que casi no era dinero. Había una luz diminuta y difusa en el almacén que llegaba a cansar, eso era lo peor del trabajo y tener que andar para ahorrarse el autobús.
Recuerdo que sería día diez y que cogí una buena cantidad de dinero después del trabajo y me perdí por la ciudad.
Mis pasos solitarios en la madrugada de un sábado por la desierta ciudad entonces y algo de alegría dentro de mi cuerpo y sentimientos de tranquilidad.
De repente me sorprendió un brillo extraño debajo de una farola, algo que no podía entender ni comprender ni saber qué era, fue fulgurante y repentino y desapareció con la misma rapidez que hizo aparición.
Aquel reflejo milagroso dio paso a una serie de extrañas circunstancias en mi vida.
Antes de la llegada de aquella situación solía pasar grandes y buenos ratos en un parque de la ciudad sentado en un banco pensando y viendo llegar las horas, de vez en cuando hablaba con mujeres que salían de su trabajo en un centro de salud cercano, un día me encontré con una de ellas en la calle y tomamos un café.
Ella estaba muy decepcionada por la crisis, cobraba muy poco dinero y tenía a sus hijos mayores en paro y a los pequeños sin ganas de estudiar ni de hacer nada, todos le pedían dinero y ella a penas tenía para la hipoteca, creo que su marido la pasaba una pensión porque estaban divorciados pero siempre tenía problemas económicos.
Cada persona que te encontrabas por la calle te contaba su triste vida, los había sin trabajo o dependiendo de la caridad y los que tenían la suerte de tener trabajo tenían que mantener a familiares que no lo tenían, España estaba en horas bajas y yo no podía hacer nada.
Los bares muchas veces estaban vacíos y sin gente por la crisis, muchos lugares donde antes bullía la vida ahora estaban tristes y desangelados, la pesadumbre de algo filoso y desagradable estaba en las miradas perdidas de aquellos que se cruzaban en mi camino, en su mayor parte cerebros atontados por la televisión y el deporte rey pero tampoco los más intelectuales con dos carnets de biblioteca y viviendo con sus padres se libraban del marchamo del tedio vital de ver cómo sus vidas se desperdiciaban, sin embargo para un tercio de la población no había problemas económicos pero esos siempre estaban trabajando y no te los encontrabas deambulando aburridos por las calles con una excusa en los bolsillos y mucho orgullo en el hablar.
Entonces la casa colapsó, me quedé sin energía eléctrica y también sin cafetera, no podía ducharme en la bañera porque el agua estaba atrancada y tenía suerte de que funcionara la cisterna del retrete porque por lo demás no podía ducharme ni tomar café y tendría que alumbrarme con velas por la noche.
No quería pensar por qué me había quedado sin luz...¿Había pagado los recibos? Puse unas pilas al despertados y a la radio y se me acabó ver la tele e internet. Por la noche a la luz de las velas escuchaba los programas de radio, era una sensación extraña que me desvelaba.
Tardé dos días en darme cuenta de que sin electricidad tampoco podría cocinar porque tenía vitrocerámica, aproveché que tenía que alimentarme de latas para ir al banco de alimentos a perdirlas pues con mi sueldo sólo me lelgaba para fumar y beber y no podía comprar comida, a muchos españoles les pasaba lo mismo y tenían que hacer malabarismos para llegar a fin de mes con sus gastos sólo para el bar y el fumeque, gracias a Dios los bancos de alimentos siempre nos daban comida a aquellos que sólo teníamos dinero para nuestros vicios...¡Lo primero es lo primero!
De todas formas prescindí del teléfono digital y de Internet y me compré un teléfono por veinte euros de tarjeta de prepago, así me ahorré unos 45 euros mensuales.
Un día me llegó una carta de la Seguridad Social, había cotizado tres años en toda mi vida laboral. Cómo tenía cerca de los 40 años tendría que trabajar hasta los 80 años sin parar para poder cobrar una pensión, no me parecía imposible pero no tenía grandes esperanzas en hacerlo y una noche al salir del bar con dos copas de más me di cuenta de que en la vida iba a tener pensión y la verdad es que me dio igual, pero no iba a tener la cara de echarle la culpa de ello al gobierno. Muchos amigos míos estaban igual o peor, ya no iban a tener pensión...¿Qué iba a ser de nosotros? Realmente éramos millones los que estábamos así...¿Qué iba a ser de nosotros?
Al día siguiente me encontré con Edu que me pidió para un café, le pedía para cafés a todo el mundo y vivía de eso. Le dije que no podía pero esta vez era mentira.
Me llamó a la tarde mi amigo Gero para pedirme el ordenador ya que no lo usaba para nada, pero no quería que lo empeñara y me quedara sin él. Luego me llamó Marta para preguntarme si tenía trabajo y cuánto ganaba, debía estar pasando una mala racha, la dije que si quedábamos y que pagaba yo una consumición o dos. Dijo que lo tendría en cuenta, buscaba una casa pero al ver el estado en el que se encontraba la mía no se quiso ni acercar, perdí una buena opción de pasarlo bien. Me dijo que yo no era pobre que pobres son los que nos hacen ser pobres pero yo sabía que sólo era una manera de hablar, a parte que yo no tenía dinero por no haber hecho bien las cosas en mi vida. Con mi sueldo de las cajas me bastaba pero no podía conformarme, buscar algo mejor me estresaba porque sabía que no lo iba a encontrar e iba a perder el tiempo-- y el dinero-- buscándolo, amén de poder encontrarme con algún tipo de timo por el camino, que esa es otra. Pero no me podía quejar, tenía una casa. Una casa que estaba colapsando pero una casa al fin y al cabo.
Todo lo que estaba pasando era un desastre y yo ,o sabía, intentaba pensar que sería de otra manera pero era de la manera que no podía ser. Con el tiempo comprendí que tendría que acabar abandonando mi casa y eso me producía angustia y ansiedad. Pero los cambios estaban ahí y habían venido para quedarse, era así.
Creo que me cogí una pequeña depresión que debido a mi estado de ánimo debido a una vida precaria se volvió todo una situación odiosa, no podía controlar mis sentimientos de frustración.
Sin embargo yo sentía que tenía que ser menos revoltoso y empezar a trabajar en algo serio, sin problemas. Era así y yo no podía evitarlo, era necesario un cambio y el cambio estaba por producirse, pero por el camino sabía que me iba a aburrir.
El karma era la acción y necesitaba mayor acción en mi vida, confeccionarme una lista de trabajos y tareas para estar activo y no vegetar, necesitaba una mayor actividad.
No sabía a dónde me iba a conducir mi nuevo destino pero yo me abría un camino que no quería que nada lo cerrase, mi objetivo era pertenecer al tercio de la población española que estaba sin problemas económicos pero con una casa a punto de colapsar no sé cómo lo podía conseguir.
De repente me llegaron imágenes de caserones abandonados entre fieras, de repente me costaba trabajo seguir. Tenía cierta angustia al despertarme todas las mañanas, la casa se me caía encima, no podía con ella. Mis propósitos de una vida más activa se iban al garete, encontraba en mi un cansancio esencial, un cansancio de siglos y era yo el que quería cambiar pero no sabía cómo. Sentía temor ante el fracaso de mi persona, definitivamente tuve que asearme en el lavabo y tomar café en la plaza. Pasadas dos semanas la cosa no estaba mejor, sencillamente no había hecho nada.
Entonces tuve cómo destino el centro cívico de la calle Maravillas donde me aseaba y me afeitaba, también llenaba las botellas de agua y me las llevaba a casa porque pasadas dos semanas vivía sin electricidad ni agua en mi casa, me habían cortado el agua y me habían cortado la luz. Usaba los servicios de los bares o un barreño que luego limpiaba sobre una alcantarilla, me alumbraba con velas. Después del trabajo iba al albergue de caridad y me daban latas de comida, compraba pan y me hacía bocadillos. El poco dinero del que disponía era para cargar el teléfono de tarjeta prepago y poder beber algunas cervezas--copas ya no--y fumar barato, tabaco de liar de la peor calidad.
Así que me acostumbré a irme a la cama temprano, cuando se ponía el sol, y a despertarme al amanecer con los primeros rayos del astro dorado.
No veía televisión ni internet.
De repente mi vida se volvió mucho más espiritual, sentía la presencia angélica de las almas de los santos que habían pasado tribulaciones cómo yo, sentía su energía y su fuerza nimbándome desde sus oltananzas sagradas.
Tenía que concienzarme de que tenía que abandonar esa casa antes de que los caseros llmaran a los servicios sociales, después de años valiéndome por mi mismo tendría que volver a vivir con mis padres y a pedirles que en su casa me dejaran una habitación, para mi eso representaba un fracaso personal y además ellos vivían en otra ciudad distinta a la mí y tendría que viajar hasta ellos y emprender una nueva vida en la que perdería mi independencia.
Pensaba en todos aquellos que cómo yo se habían quedado sin casa, yo por lo menos no tenía hijos ni estaba casado ni vivía en pareja, sólo mi persona era un problema pero nada más, y ahora venía una nueva oleada de cambios en mi vida en los que yo tenía que discurrir por nuevos senderos, realmente no me apetecía y pensaba dilatar en el tiempo todo lo posible la novedosa situación...¿Podría aguantar unos meses? No lo creía posible. ¿Unas semanas quizás?
Aprovecharía el tiempo para buscar un trabajo nuevo.
Salí a la calle con renovadas fuerzas.
Serían poco más de las cuatro de la tarde y las calles estaban llenas de mendigos y de gente cansada y harta, los borrachos de por la mañana, que todavía no se habían ido a su casa a comer, estaban todavía montando el pollo en algunos bares. El ambiente era sobrecogedor y de pobreza extrema, mi barrio no era de los mejores lugares de la ciudad pero sólo en el centro histórico se estaba bien, por los extrarradios  y arrabales amargos se encontraba uno con deshechos de la humanidad, gente ya sin esperanza unidos a sus cartones de vino, descansando en los parques, golpeados por la crisis ante viejos enfermos con la mirada perdida que también temerosos se acercaban a los parques a ver pasar las horas y se enfrascaban en sus riñas mundanas con otros de su misma condición y sin embargo cómo si no quisieran ser vistos. La gente salía de la ciudad a los pueblos donde había posibilidad de comer al menos y las calles se estaban regando con lo peor de cada casa y al mismo tiempo un  pequeño porcentaje de funcionariado vivía bien y podía pagar sus programas de ayuda contra el alcoholismo y pasar la pensión a su ex-mujer. Por lo demás sabíamos todos que la ciudad estaba colapsando y que pronto habría que irse a vivir a algún pueblo donde la vida y el alquiler estaban baratos y había comida en abundancia, casi todos habían elegido esa opción y en grises autobuses llegaban a la ciudad a divertirse sobre las ocho de la tarde, gastando sus pocos dineros en la citi y haciendo así al menos que la economía no dejara de funcionar, pero el volumen de gente que no tenía nada era cuantioso y se podía palpar en el ambiente las prisas y la frustración por acabar con un vaso de vino rápidamente y pedir otro, maldiciendo contra el gobierno o contra toda la clase política en general, de alguna manera un clima pre-bélico que se azuzaba con la efervescencia de las recientes primaveras árabes y las manifestaciones multitudinarias y acampadas en la plaza Sol de Madrid, donde muchos de provincias acudían a aportar su mirada de odio.
Con una camisa amarilla y una chaqueta verde y un chaleco rojo del mismo calor de mis calcetines salí a la calle con zapatos azules de un azul intenso, hacía esas cosas para sentirme mejor. No hacía mucho tiempo que me habían dado un premio literario y salí a celebrarlo vestido de esa guisa, ahora que iba a perder mi casa también salí a celebrarlo.
Me sentía de otra galaxia, muy sensible y distinto a todo el mundo y consultándolo con amigos me encontraba algo raro, ya no jugaba con mi computadora.
No sabía lo que le pasaba a mi radio, unos tíos pesados querían arreglármela por muy poco precio pero la verdad es que no tenían ni idea y yo no soy un manitas.
Dos y dos son cuatro y hay cosas que son cómo tienen que ser.
Había desparecido y no sabía cómo, de repente y zas...Ya no me encontraba y me sentía cómo si un trasto estratosférico me sentía y por ello me gastara bromas pasadas.
En la calle había un hombre tocando un sintetizador, con mucha energía. Me quedé un rato esperando a que cambiara la melodía. Empezaba a sentirme feliz cuando vi que salían bichos de sus tres pistas de música.
--Y está todo listo--dijo.
Yo me largué un poco asustado, un borracho pasó dando mandobles con los pies a unas latas de cuyo contenido no estaba muy seguro.
Me dirigí a la calle Puente Mayor, hacia el bar Sapo, bar al que llamaban Sapo Encantado porque era su nombre, pero al final todos decían bar Sapo.
Unos viejos bravos me hicieron burla por mi vestimenta, les advertí.
Una pareja de chicas se daba besos.
En fila varios coches rojos con el motor gripado parecían ir más despacio de lo normal cómo si hubiera empezado a llover.
Y era que había empezado a llover.
De repente me entró sueño.
Pensaba en las cosas que eran verdad para todos y que ya veríamos si podían convencernos a todos, incluso en las arañas no se puede asegurar que detecten el peligro.
De repente me estaba enfadando refugiado en el bar Sapo y profiriendo imperturbables risotadas que no podía controlar, me reía y me reía sin saber por qué y de repente relinché cómo un caballo.
Subieron la música del discobar que era la del mismo sintetizador que antes había escuchado, empecé a imaginarme no, a pensar que vivía en un videojuego.
Yo vivía en un videojuego y el mundo era un espejismo.
Empecé a sentir que el mundo real no lo era.
Imaginé niños jugando en el cuarto de los ratones, algo así era la vida. Me dolían un poco los dientes.
Escuché mis propias risotadas y me dio algo de miedo. La gente me miraba.
Me fui del bar y por el camino me leí un libro mientras andaba, una gallina negra pasó bajo mis pies...¿De quién sería?
No quise pasar por debajo de una escalera pero la calle tenía tres escaleras por falta de una, una mujer decía que le apetecía no sé qué a otra.
--Hay que ser más valiente--me dijo un señor al cruzarme con él sin conocerle de nada.
--Cuando termine, iré--le dijo una señora a otra por teléfono.
Estaba lloviendo, frío no hacía.
--Volveré--dije en voz alta ( sin saber por qué)
Y luego un camión gris con el tubo de escape estropeado hizo un ruido infernal.
Busqué otro bar.
Tenía más sueño todavía.
Tenía más sueño todavía, me quedé dormido y entonces me desperté. Estaba soñando que me quedaba dormido y al dormirme me desperté en la vida real. Estaba en mi cama, mi casa todavía existía. Reinaba la oscuridad. Miré el reloj y eran las cuatro de la mañana...¿Dónde estaba? ¡Ah, sí, en una casa alquilada de Valladolid!
Me dormí de nuevo, sin saber que iba a pasar mañana.

PUCELANOS, ANIMAROS A PARTICIPAR EL 11 S EN LA PLAYA