Con micropasos en la alcancia perfumada salí de mí para ser yo y me esperaba el trapo de lo que soy reunido con las calabazas del primer tedio, aquellas que daban forma a mi osamenta en la primera luz del día, pero todo sin consecuencias. Después los ojos metidos en los ojos me devolvieron a una forma que era una forma de luz y caminé por el primer monasterio y vi la forma de piedra que se había creado en Austria por mi imaginación y luego comprendí que no existía pero luego no podía recordarlo. Jugué a los balones medicinales con doce años y luego retorné a ser yo y en las peceras de las escamas había una sed de ser pez que se parecía a mis amigos que habían nacido peces pero sólo funcionaba en mi imaginación, por lo demás la cola de los pianos de cola y los pianos de cola sin cola y sin instrumento, las teclas medidas que se hacían días y los días que se hacían música. Formentera era una isla y lo sabía pero no lo sabían aquellos con los que no podía estar y de repente llegó el instrumento y el instrumento era una música pesada. Con un casco hecho con un orinal me fui recogiendo monedas obtusas con la cara de mi nombre que no me reconocían y que hablaban por ellas, era otra plataforma petrolífera la que había alcanzado con mi barco hecho de piruetas.
Permanecí fiel a mí mismo y luego permanecí fiel al que no era yo mismo y luego permanecí fiel a los dos y luego permanecí fiel a ninguno y aprendí mucho y yo era tal y cual y Fulano y Mengano y luz de mediodía y medidor de los astros.
Mientras cansado las camareras me ponían ojitos y otras me daban conversación yo me sentía cada vez más solo, mi cabeza era de hueso, podía asegurarlo mientras controlaba los números que salían de mi mano, pero ya sin arroz.
Vinieron a mí los hijos de Ismael y los hijos de Ezequiel y con ellos jugué a las canicas y luego las canicas se convirtieron en mundos y luego los mundos se convirtieron en ojos y los ojos de los mundos de las canicas miraban a los hijos de Ezequiel y a los hijos de Ismael hasta el fin de sus días que eran prósperos, con comerciantes de prendas de lana.
Y llegó el fin del mundo y del cine mudo pero tú sólo pensabas en progresar.
Y el terruño sacó sus patas como arañas y las arañas traían las cenizas con su canasta de pájaros muertos y así empezó la guerra civil, pero tú estabas viendo la tele.
Los muñecos dieron cabezadas contra tus brazos y tú los acogías y nunca más dijiste en sus brazos y los demás hacíamos como si te comprendiéramos.
Paranoyas no.
Estiramientos de brazos cruzando las piernas abrazando el mundo en flexión de la columna lumbar, para no ser unas nenazas y todo lo demás, nos ponemos bocabajo y nos inquietan las sardinas y las fotos experimentales y las apreciaciones externas que se mantienen y no nos alivian porque son de otros, pero no son del recto.
Han venido unas mujeres a reeducarme poniéndome unos sellos, pero con los pies en el suelo. Has devuelto un libro a la galerna rápidamente.
Las manzanas ruedan con sus caras de pelotas, el precio que ahora tienen que pagar.
Somos la sal del mundo y luego somos la pimienta del mundo.
Y ahora que somos la sal y la pimienta, aprovechemos a pintar un cuadro en el que no nos movemos.
Cuida la maquinaria feliz.
Mientras cansado las camareras me ponían ojitos y otras me daban conversación yo me sentía cada vez más solo, mi cabeza era de hueso, podía asegurarlo mientras controlaba los números que salían de mi mano, pero ya sin arroz.
Vinieron a mí los hijos de Ismael y los hijos de Ezequiel y con ellos jugué a las canicas y luego las canicas se convirtieron en mundos y luego los mundos se convirtieron en ojos y los ojos de los mundos de las canicas miraban a los hijos de Ezequiel y a los hijos de Ismael hasta el fin de sus días que eran prósperos, con comerciantes de prendas de lana.
Y llegó el fin del mundo y del cine mudo pero tú sólo pensabas en progresar.
Y el terruño sacó sus patas como arañas y las arañas traían las cenizas con su canasta de pájaros muertos y así empezó la guerra civil, pero tú estabas viendo la tele.
Los muñecos dieron cabezadas contra tus brazos y tú los acogías y nunca más dijiste en sus brazos y los demás hacíamos como si te comprendiéramos.
Paranoyas no.
Estiramientos de brazos cruzando las piernas abrazando el mundo en flexión de la columna lumbar, para no ser unas nenazas y todo lo demás, nos ponemos bocabajo y nos inquietan las sardinas y las fotos experimentales y las apreciaciones externas que se mantienen y no nos alivian porque son de otros, pero no son del recto.
Han venido unas mujeres a reeducarme poniéndome unos sellos, pero con los pies en el suelo. Has devuelto un libro a la galerna rápidamente.
Las manzanas ruedan con sus caras de pelotas, el precio que ahora tienen que pagar.
Somos la sal del mundo y luego somos la pimienta del mundo.
Y ahora que somos la sal y la pimienta, aprovechemos a pintar un cuadro en el que no nos movemos.
Cuida la maquinaria feliz.