La plaza bajo la lluvia hacia que la madera pareciese metal y las piedras puños alzados y las manos abiertas de aquellos que pedían limosnas parecían fuentes y las palabras salidas de las bocas de los conferenciantes de la tragedia, rubias aureolas donde pernoctar sin sonido ni tedio y eructar un desaliñado silencio.
Aquí y allá, donde se viera en las terrazas no había nada. La vida transcurría pero no había nada y yo sentía que nada existía y con la nada que existía yo sentía el todo y en el todo estaba.
Acompañado de unos libros parejos y unos perfumes prestados hacía cómo que sentía algo por los demás debajo de mi paraguas que no era tal, pues me estaba mojando, y debajo de la lluvia que realmente era lo único que existía.
Entonces yo pude ver de arriba a bajo y me alcanzó la comprensión y a esa comprensión la llamé nombre.
Pero en mi esperanza estaban las voces de las muñecas que otean y no reproducen lo que son, detrás de ellas mismas las muñecas eran las voces que se hacían mayores dentro de las personas que caminaban cuando caminaban y eso también sin ninguna razón. Y las muñecas eran mejores en algún espejismo fantástico donde ser permanencia pese al resto y así lo conocía yo dentro de mis sentimientos empapados de MDA y otras drogas, ambas mezcladas con alcohol.
--Lo que pasa es que no somos los que somos--dijo mi amigo al pasar y casi no reconocerme.
--Eso sucede ya--dije despidiéndolo con la mano.
Justo en este momento hay una estación y la estación es la estación que pasa y yo estoy en ella porque estoy a punto de llegar y cómo estoy a punto de llegar estoy en ella, pero sin embargo no pasa nada con mi camino ni con el que está en mi camino que soy yo pero no me reconozco.
Y cuando llego sólo pienso en escapar muy lejos de mi país y marchar hacia un lugar lejano y remoto donde nadie me conozca y donde yo no pueda tener memoria, y en ese momento alguno de los presentes en la vida de otros habla con una voz y la voz que habla en él pide beber en un bar y entonces yo me contamino del requerimiento a otros y también me dispongo en mi lanzadera de piernas a escuchar los murmullos de la cafetera del bar temprano pero pidiendo una cerveza y mucho tiempo ha pasado ya y en eso tiempo pienso y luego que le tiempo es importante y en eso tiempo pienso y luego que no hay tiempo y en eso pienso tiempo.
Y luego sigo mi camino que no sé cual es pero lo sigo.
Es decir, no sé a dónde voy.
Aquí se acaban los recuerdos de esa noche, muy temprano y al alba. Aquí se acaban. Lo que sigue es sentirse feliz sin motivo, sólo por estar vivo y esa sensación dura un tiempo.
Sólo por persistir, estar.
Al día siguiente leo a Antonio Colinas y la ciudad se mueve en taxi y yo no sé muy bien qué soy y me voy enterando poco a poco en medio de la lectura de Colinas, cómo fogonazos, y lo que siento es miedo. Me doy miedo a mi mismo.
Más adelante me acostumbro a ser quién soy, lo cierto es que de momento he pasado un mal rato.
La conciencia se abre cómo una naranja y me trae un euro cincuenta en el bolsillo que no me he gastado, y aunque suene muy tonto eso me hace sentirme mejor...¡Un euro cincuenta con los que no contaba!
Y empiezo mi jornada de trabajo y lo hago todo mal pero no se me nota nada, lo sé disimular muy bien hasta el punto de que parece que estoy haciendo las cosas bien y que lo que pasa es que soy muy bueno y no me entienden.
Y todos hablan de su fin de semana y yo no tengo casi recuerdos.
Algo me traje de mí mismo luego, me sentía cómo la pegatina de un coche.
Y recé algo y me sentí mucho mejor, me sentí mucho mejor e incluso atractivo y el protagonista de mi propia película con un montón de amigos.
Rezar y sentirse mejor...¿Por qué?
Esto fue en diciembre del 2005.
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