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jueves, 3 de enero de 2019

Cómo Acabé Mis Días en Las Maldivas 1 (Escrito en 1998)

Mi casa se convirtió en una tumba, el médico me dijo está usted muy enfermo y yo desfallecí. No sé el tiempo que estuve sintiendo tronar las voces en mi cuerpo vencido. Elegí un oscuro atavío para mi enfermedad, desempolvé una reliquia de mis antepasados que existía en un lugar oculto de un baúl y me disfracé para la muerte. Sabía que estando en casa moriría, cuando se tiene una enfermedad desconocida que evoluciona misteriosamente uno puede convertirse sin miedo en un viejo maniático, periodistillos de revistas esotéricas sin demasiada vocación había escrito tonterías sobre mí que me habían procurado una fama que hubiera podido desdeñar; pero cuando un hombre se encuentra al final del camino la vanidad aparece como una forma halagadora de hallar la permanencia, una manera extravagante de perdurar. Los medios de comunicación se interesaron, entre otras cosas, en conocer las voces que hacían vibrar mi cuerpo dentro de mí y que me obligaban a chillar en idiomas ignotos o a cantar con una voz maravillosa que no tuve ni de niño. Algunas revistas esotéricas me habían convertido en una prueba viviente de la existencia de un dios arcano para mí desconocido, una secta estrafalaria me había tomado por la reencarnación de su gurú asesinado en misteriosas circunstancias y debatieron conmigo en un programa de televisión en el que una voz salió de mi interior propiciando la la llegada del nuevo gobierno por encontrarnos entonces en pleno proceso electoral. Cercana mi muerte el país se encontraba pendiente de mí y yo sin embargo no tenía un solo familiar vivo a quien legar mi herencia, como hijo de inmigrantes cubanos prematuramente envejecidos por otra extraña enfermedad, jamás recibí en la  España que me acogió la visita de nadie de mi sangre. Mi carácter seco, religioso y adusto me había dado pocos amigos y muchos disgustos, jamás me casé y creo que hice bien con ello, de las mujeres que había amado no me quedaba ni el recuerdo. Tuve un oficio digno de cualquier persona con una inteligencia perfectamente subnormal y encuadernando libros fui feliz encajando sus cajas y labrando sus lomos, me di a la lectura pues nunca tuve oído que me permitiera disfrutar de ninguna música y contemplar cualquier imagen más de un minuto me daba vértigo, así que no sólo la televisión y el cine me daban náuseas, también viajar y visitar exposiciones de pintura.


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